escaparate de la música independiente Las 'indies' se citan en Cádiz
Un mono que ve, oye y habla
El Monkey Week, convención de la industria musical, concluye en El Puerto de Santa María con la intención de convertirse en ineludible punto de encuentro
Blas Fernández / El Puerto | Actualizado 14.10.2009 - 05:00El Monkey Week, Escaparate Internacional de la Música Independiente, evento que se celebró en El Puerto de Santa María desde el jueves 9 al pasado lunes 12, convocó en su última jornada, en el apartado de ponencias y mesas redondas, a responsables de algunos de los más populares festivales del país. Con anterioridad, fue precisamente uno de ellos, Alberto Guijarro, director del barcelonés Primavera Sound, el encargado de abrir el día con una conferencia en torno a las nuevas líneas editoriales de la producción de eventos musicales.
En su disertación, Guijarro dejó al menos dos apuntes de interés. El primero, que frente a los macrofestivales diseñados para audiencias masivas cobran cada vez mayor protagonismo los de pequeño formato, tematizados estilísticamente o atendiendo a cualquier otro concepto; el segundo, que la tradicional relación de equilibrio entre salas de concierto y festivales, que permitía a las primeras actuar como lanzaderas hacia los segundos, se ha roto: promotores y bandas saben que la tajada está en estos últimos y ya ni siquiera planifican giras por locales de mediano aforo.
La ponencia de Guijarro se convirtió así en una suerte de aperitivo para la posterior mesa redonda, a la que sumaron Ricard Robles (codirector de Sónar), Barnaby Harrod (de la promotora Mercury Wheels) y Carlos Asmarats (de la promotora Encore Music Tours, que sustituyó al inicialmente anunciado representante del Festival Internacional de Benicàssim, Ernesto González).
Mientras que los dos últimos abundaron en la idea expuesta por Guijarro -la dificultad de montar en España giras de bandas internacionales abonadas ya a la política del quién da más-, tanto Robles como el propio director del Primavera Sound hicieron hincapié en la necesidad de contemplar tanto a los grandes como a los pequeños festivales en su perspectiva de motores "no sólo de la industria cultural, sino también turística", dijo el codirector de Sónar, que cifró en 50 millones de euros el impacto del festival en la ciudad de Barcelona durante su última edición.
No obstante, tanto Robles como el resto de presentes se quejó de la apatía de las administraciones hacia este tipo de eventos, a los que se conceden ayudas de forma mecánica pero sin profundizar sobre en qué medida las subvenciones pueden crear y contribuir a fortalecer el tejido industrial y cultural y cómo hacer un uso más racional de éstas. "Hay que invertir en infraestructuras", fue una de las conclusiones.
Ya por la tarde, y convocada en torno al elástico concepto de autogestión, La sarten por el mango. Soluciones a la autogestión musical, puso de manifiesto la variedad de posturas amparadas bajo la cada vez más socorrida idea del yo me lo guiso, yo me lo como. Éstas pueden ir desde el proyecto asambleario de los exitosos Ojos de Brujo, representados en el foro por Ramón Giménez, que defiende una absoluta independencia artística no reñida con las plataformas de distribución tradicionales -su último disco ha sido licenciado por Warner-, hasta el sello Producciones Doradas, presente en la persona de Daniel Granados, quien toma postura política en una decidida apuesta por la cultura libre. "¿En qué medida ha cambiado vuestra relación con los medios? ¿Cuál es?", preguntó este cronista en calidad de moderador. "Nuestra relación con los medios consiste en colgar nuestros discos en nuestra web, para que se los baje quien quiera y luego se los compre quien quiera".
La explicación despertó las habituales y lógicas reticencias ya vistas en esta convención por parte de los representantes de la industria discográfica independiente. Reticiencias lógicas atendiendo a la lógica de mercado, pero quizás hoy expresiones de desconcierto en un mercado sin lógica.
Por supuesto, al margen del aparato teórico, el Monkey Week concentró al grueso de su clientela, también durante las dos últimas jornadas, en el apartado de conciertos, ése que en el que el sábado el grupo sevillano Pony Bravo sacaba músculo sobre el escenario de la Plaza Alfonso X El Sabio volviendo a desvelar lo rodado de su directo, incluidos también los nuevos temas ya presentados en la última edición del ciclo Rock en el Central. Con la plaza completamenta llena, la granadina Elastic Band dejó luego muestras de su efectista hard-rock teñido de sampleadelia kitsch, apropiado para una tarde de pachanga. Lo demostró el respetable.
Si las actuaciones en la calle han sido las más atractivas del festival -parece una opinión consensuada entre los asistentes; y la banda sevillana Blacanova lo corroboró con un estupendo concierto en El Arriate-, las de la noche del domingo en el Teatro Pedro Muñoz Seca fueron la excepción a la regla. O al menos, dos de ellas. Bigott fue de menos a más con su folk rock de ecos cohenianos y resonancias francesas, firmando un concierto hermoso y robusto con la colaboración, entre otros, de Paco Loco, Remate y Muni Camón. Sería esta última quien le pusiera la guinda, metafórica, a la velada con las canciones del esplendoroso Somersaults y una presencia escénica tan delicada como apabullante.
Punto final a cuatro días de reflexión y disfrute en torno al hecho musical y su traslación económica, el Monkey Week se ha revelado en cualquier caso como una iniciativa necesaria para la industria independiente nacional. Un punto de encuentro en el que se ve, se oye, y se habla. Y ojalá que sea por muchos años.
En su disertación, Guijarro dejó al menos dos apuntes de interés. El primero, que frente a los macrofestivales diseñados para audiencias masivas cobran cada vez mayor protagonismo los de pequeño formato, tematizados estilísticamente o atendiendo a cualquier otro concepto; el segundo, que la tradicional relación de equilibrio entre salas de concierto y festivales, que permitía a las primeras actuar como lanzaderas hacia los segundos, se ha roto: promotores y bandas saben que la tajada está en estos últimos y ya ni siquiera planifican giras por locales de mediano aforo.
La ponencia de Guijarro se convirtió así en una suerte de aperitivo para la posterior mesa redonda, a la que sumaron Ricard Robles (codirector de Sónar), Barnaby Harrod (de la promotora Mercury Wheels) y Carlos Asmarats (de la promotora Encore Music Tours, que sustituyó al inicialmente anunciado representante del Festival Internacional de Benicàssim, Ernesto González).
Mientras que los dos últimos abundaron en la idea expuesta por Guijarro -la dificultad de montar en España giras de bandas internacionales abonadas ya a la política del quién da más-, tanto Robles como el propio director del Primavera Sound hicieron hincapié en la necesidad de contemplar tanto a los grandes como a los pequeños festivales en su perspectiva de motores "no sólo de la industria cultural, sino también turística", dijo el codirector de Sónar, que cifró en 50 millones de euros el impacto del festival en la ciudad de Barcelona durante su última edición.
No obstante, tanto Robles como el resto de presentes se quejó de la apatía de las administraciones hacia este tipo de eventos, a los que se conceden ayudas de forma mecánica pero sin profundizar sobre en qué medida las subvenciones pueden crear y contribuir a fortalecer el tejido industrial y cultural y cómo hacer un uso más racional de éstas. "Hay que invertir en infraestructuras", fue una de las conclusiones.
Ya por la tarde, y convocada en torno al elástico concepto de autogestión, La sarten por el mango. Soluciones a la autogestión musical, puso de manifiesto la variedad de posturas amparadas bajo la cada vez más socorrida idea del yo me lo guiso, yo me lo como. Éstas pueden ir desde el proyecto asambleario de los exitosos Ojos de Brujo, representados en el foro por Ramón Giménez, que defiende una absoluta independencia artística no reñida con las plataformas de distribución tradicionales -su último disco ha sido licenciado por Warner-, hasta el sello Producciones Doradas, presente en la persona de Daniel Granados, quien toma postura política en una decidida apuesta por la cultura libre. "¿En qué medida ha cambiado vuestra relación con los medios? ¿Cuál es?", preguntó este cronista en calidad de moderador. "Nuestra relación con los medios consiste en colgar nuestros discos en nuestra web, para que se los baje quien quiera y luego se los compre quien quiera".
La explicación despertó las habituales y lógicas reticencias ya vistas en esta convención por parte de los representantes de la industria discográfica independiente. Reticiencias lógicas atendiendo a la lógica de mercado, pero quizás hoy expresiones de desconcierto en un mercado sin lógica.
Por supuesto, al margen del aparato teórico, el Monkey Week concentró al grueso de su clientela, también durante las dos últimas jornadas, en el apartado de conciertos, ése que en el que el sábado el grupo sevillano Pony Bravo sacaba músculo sobre el escenario de la Plaza Alfonso X El Sabio volviendo a desvelar lo rodado de su directo, incluidos también los nuevos temas ya presentados en la última edición del ciclo Rock en el Central. Con la plaza completamenta llena, la granadina Elastic Band dejó luego muestras de su efectista hard-rock teñido de sampleadelia kitsch, apropiado para una tarde de pachanga. Lo demostró el respetable.
Si las actuaciones en la calle han sido las más atractivas del festival -parece una opinión consensuada entre los asistentes; y la banda sevillana Blacanova lo corroboró con un estupendo concierto en El Arriate-, las de la noche del domingo en el Teatro Pedro Muñoz Seca fueron la excepción a la regla. O al menos, dos de ellas. Bigott fue de menos a más con su folk rock de ecos cohenianos y resonancias francesas, firmando un concierto hermoso y robusto con la colaboración, entre otros, de Paco Loco, Remate y Muni Camón. Sería esta última quien le pusiera la guinda, metafórica, a la velada con las canciones del esplendoroso Somersaults y una presencia escénica tan delicada como apabullante.
Punto final a cuatro días de reflexión y disfrute en torno al hecho musical y su traslación económica, el Monkey Week se ha revelado en cualquier caso como una iniciativa necesaria para la industria independiente nacional. Un punto de encuentro en el que se ve, se oye, y se habla. Y ojalá que sea por muchos años.
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