“El Teatro Central informa del aplazamiento del Ciclo de Pop-Rock previsto para el próximo mes de junio, ya que debido a motivos de agenda en la producción del ciclo y con objeto de ofrecer una programación de calidad a la altura de temporadas anteriores, se hace necesario posponerlo, sin que aún exista una nueva fecha para su celebración.”
Así de escueto y de ambiguo resulta el comunicado emitido ayer por el Teatro Central de Sevilla, que anuncia la suspensión del ciclo, con doce ediciones a sus espaldas, sin aclarar con exactitud la causa de tan radical decisión.
¿Motivos de agenda en la producción? No: éstos son económicos y están directamente relacionados con el recorte presupuestario que afecta a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, propietaria y gestora del Central, el Alhambra de Granada y el Cánovas de Málaga (espacios en los que el ciclo, de igual forma, se va al garete).
De ser así -no les quepa duda: es así-, ¿por qué no se explica como tal? Bueno, supongo que son cosas de la neolengua, desde hace tantos años instalada en nuestra paquidérmica y obsoleta administración autonómica (de la otra mejor ni hablar). La crisis aprieta y el dinero mengua, sí, pero lejos de optar por soluciones imaginativas -la liberalización del espacio escénico a favor de profesionales externos, por ejemplo- se recurre a la eliminación de determinados contenidos con el objetivo de mantener intactos otros. Y en esa ecuación, Rock en el Central pierde.
Es como un reflejo mínimo de la traslación al ámbito regional, y dentro de éste, al específicamente musical, del famoso tijeretazo a las pensiones y sueldos de los funcionarios perpetrado por el Gobierno central. Se recurre a la poda de las ramas más débiles del árbol sin cuestionar, hasta ahí podríamos llegar, la salud misma de éste.
¿Cuánto dinero ahorraría la Consejería de Cultura con la supresión no de este o de aquel ciclo, sino de agencias innecesarias, observatorios variopintos y surreales, asesores en inopinadas materias y cargos de confianza sin función conocida?
Y así, mientras a los instalados en la poltrona administrativa se les llena la boca con el conocido mantra de la creación de industrias culturales -¿qué tipo de industria serían capaces de impulsar quienes llevan décadas viviendo del dinero público?-, el escaso tejido cultural de iniciativa privada se pudre ahogado entre las limitaciones invisibles, pero reales, impuestas desde esa misma administración.
Mucho me temo que la desaparición de Rock en el Central, un ciclo que tantos y tan memorables conciertos nos ha deparado durante años, cuenta ya desde hoy como otro pequeño ejemplo más de la consumación de esta lamentable política de la inopia, repleta de decisiones arbitrarias y sin la menor seriedad en la planificación de líneas maestras reales que marquen el diseño sensato de una auténtica política cultural.
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