27 agosto 2008

Arquitecturas, del canal Arte, ahora en DVD

La estrella de la película es el edificio

La historia de 36 iconos arquitectónicos emitida por la cadena Arte llega al DVD

CLARA BLANCHAR (El País)- Barcelona - 27/08/2008

Ya no hay que comprarlas en el extranjero, hacer copias pirata o grabarlas a horas intempestivas en canales minoritarios. El sello Editrama ha lanzado en DVD la prestigiosa serie Arquitecturas, un espacio que la cadena francesa de televisión Arte comenzó a emitir en 1994. Son películas -así les gusta llamarlas a sus realizadores, Richard Copans y Stan Neuman- que cuentan la historia de edificios importantes convertidos ya en iconos. Desde la Bauhaus de Dessau y La Pedrera de Barcelona al Auditorium de Chicago o los Gimnasios Olímpicos de Yoyogi.

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Las entregas relatan quién los pensó, en qué contexto histórico o cívico nacieron, qué significaron, qué aportaron de nuevo, cómo se construyeron, con qué materiales, cómo se usan, qué destino político o social han tenido... En definitiva, una privilegiada lección de arquitectura en cada episodio, concentrado en desmenuzar los edificios para volverlos a levantar a ojos del espectador, a veces con la ayuda de maquetas que lo convierten todo en un juego.

Los edificios que aparecen en Arquitecturas han tenido un papel definitivo en la historia de la disciplina y han sido excepcionales en su momento, explican Copans y Neuman. Ése es, al menos, el criterio oficial de la selección. Pero hay otro puramente sentimental: "El enamoramiento por los edificios, el placer de la arquitectura", remachan. En cada entrega se han agrupado cuatro edificios: uno contemporáneo, uno moderno, uno pionero -precisamente- de la modernidad y un cuarto ya histórico. Para cada obra, además, se han añadido comentarios de arquitectos entre los que figuran Federico Correa, Óscar Tusquets, Benedetta Tagliabue y Josep Maria Montaner.

No obstante, el protagonismo de los edificios es absoluto: lo importante es siempre la obra. Nadie es entrevistado para explicar la transformación urbana que supuso el Pompidou en París. Tampoco hacen declaraciones técnicos, directores de museos, visitantes, alcaldes, promotores o limpiadoras... Ni falta que hace: la imagen a contraluz de una vecina subiendo la persiana de su balcón, frente al Guggenheim de Bilbao, y saliendo a regar lo dice todo.

Editrama ha publicado ya tres entregas que se ampliarán hasta nueve, con un total de 36 edificios. Los DVD están en castellano, catalán, inglés y francés. El objetivo de Gonzalo Herralde, el editor, es que Arquitecturas entre en las librerías: "Que la producción audiovisual ocupe un lugar en las estanterías, subir el documental al nivel de un buen libro".

Que te financien tus fans

Invierte en tu cantante favorito y comparte sus beneficios

Los ejecutivos tras Kaiser Chiefs impulsan una web en la que los fans puedan financiar a sus ídolos y recibir parte de los beneficios

ELPAIS.com - Madrid - 27/08/2008

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La última idea para combatir la deriva del sector discográfico es que el propio fan invierta en sus estrellas. Los ejecutivos tras grupos indie como Kaiser Chiefs y Primal Scream han puesto en marcha un nuevo el website Bandstocks, que ofrecerá la posibilidad de que sus seguidores financien a sus ídolos, según informa la edición digital del diario británico The Guardian. El proyecto, ideado por un abogado especializado en negocios musicales y apoyado por el fundador de la red social online Friends Reunited, se presenta como un nuevo modelo de financiación que podría proporcionar a los artistas una alternativa a los grandes sellos. De momento, sólo se ofrecen nombres emergentes.

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El trato funcionaría así. La empresa ofrece al público la compra de una acciones de 10 libras (12,5 euros) sobre su artista favorito. En el momento en que la cantidad reunida supere una cifra fijada, por ejemplo, 100.000 libras (125.000 euros), el dinero se emplearía para grabar un álbum. Los inversores/fans obtendrán una copia del álbum, su nombre será incluido en la carátula del CD y recibirán un porcentaje de los beneficios de ventas. También tendrán prioridad en la reserva de entradas y la oportunidad de comprar ediciones limitadas. Por su parte, el artista conseguirá un mayor porcentaje de beneficios que en un contrato con un gran sello discográfico, según el promotor de la iniciativa, Andrew Lewis, así como también logrará mayor libertad y control del copyright.

Los impulsores de la idea esperan que, si tiene éxito, los artistas volverán a editar más discos siguiendo el mismo programa. Y admitió que el éxito o fracaso dependerá del que atraiga una cantidad de financiación suficiente por parte del público. La web, que está respaldada por la inversión de The Vinyl Company, una empresa de producción y distribución de discos y que ha sido desarrollada durante cuatro años, se ha presentado con dos artistas: FrYars, un cantautor de 19 años que ha sido comparado con Nick Cave y Rufus Wainwright, y Jersey Budd, otro autor de quien se dice que ha rechazado ofertas de grandes sellos para trabajar con Bandstocks.

26 agosto 2008

Las raíces de la música by Ry Cooder

El rey nómada

Música Por David Morán

23 de agosto de 2008 - número: 864 (Abcd de las Artes y las Letras)

No le falta razón a Rylan Peter Cooder cuando asegura que las buenas ideas hay que defenderlas a capa y espada. Eso es precisamente lo que lleva haciendo el autor de Alamo Boy desde que se animó a investigar las raíces musicales de los emigrantes suramericanos y sus puntos de contacto con el rock y folk estadounidenses y colocó sin darse cuenta la primera piedra de una espléndida trilogía a la que le han bastado medio centenar de canciones para desentrañar la madeja del folclore norteamericano con minuciosos estudios de cada uno de sus pilares sonoros básicos. I, Flathead es, de hecho, la cumbre de esa escarpada montaña de sonidos tradicionales, estilos fronterizos y poderosas aleaciones que Cooder comenzó a escalar en 2005, año en que el impulso vigoroso de Buenavista Social Club y el vendaval caribeño de Mambo Sinuendo le llevaron a las puertas de Chavez Ravine, auténtico kilómetro cero de toda esta historia.

VAGABUNDEANDO. «Hablo de la clase trabajadora, de tipos que sudan, de gente realmente honesta», asegura Cooder sobre un trabajo que, editado originalmente en un lujoso formato de audio-libro, recrea las aventuras y desventuras de un músico imaginario de los años cincuenta nacido de la misma chistera que alumbró a Buddy, el gato callejero y comunista que guiaba al oyente por los rincones de My Name Is Buddy. Ese personaje nómada y vagabundo, alter ego de un músico que no ha dejado de cambiar de carril y de diseñar nuevas intersecciones colaborando con artistas tan dispares como el africano Ali Farka Touré, los cubanos Compay Segundo e Ibrahim Ferrer o el cineasta Wim Wenders, para quien Cooder escribió la célebre banda sonora de París, Texas, resume a la perfección la esencia de un Cooder empeñado en capturar el movimiento perpetuo de una música mutante que, como el paisaje, no deja de evolucionar y transformarse. Así, si Chavez Ravine le acercó a México y My Name Is Buddy le llevó a explorar la América profunda, I, Flathead recorre el sur de California en un intento por apresar las constantes perversiones de la música popular. Normal, pues, que este nuevo trabajo sea una vibrante y explosiva olla a presión en la que burbujean rock, blues, tex-mex, folk, country, ritmos fronterizos e incluso un homenaje nada velado a quien el californiano considera «la voz de América», un Johny Cash que da forma y sentido a uno de los temas más inspirados del álbum.

PODER NARRATIVO. No se conforma Cooder con cantar la historia de Kash Buk -así es como se llama el protagonista de I, Flathead- y, cada vez más pendiente de las propiedades narrativas de la música, se empeña también en contarla. De ahí que las canciones, espléndidos y atemporales pentagramas que desbordan conocimiento, pasión y espíritu pedagógico, no sean más que una parte -importante, sí, pero una parte al fin y al cabo- de un proyecto integral que, en la edición limitada estadounidense, se completa con una novela con la que el angelino desborda los límites del formato canción para relatar con pelos y señales una historia que bien podía ser la suya propia.

Ballard, ciencia-ficción social. Los alienígenas somos nosotros

Los mundos de Ballard

Por Andrés Ibáñez.


23 de agosto de 2008 - número: 864 (Abcd de las Artes y las Letras)

J. G. Ballard nunca ha sido un autor muy popular entre los fans de la ciencia-ficción. Los grandes premios del género, el Nebula y el Hugo, le han evitado por completo (aunque ha ganado nada menos que siete veces el premio español Gigamesh). El suyo es uno de los nombres que siempre se citan en el giro que dio la ciencia-ficción a principios de los sesenta, la «nueva ola», pero otros autores de esta tendencia como Brian Aldiss, Michael Moorcock o Philip José Farmer siempre han sido enormemente populares. Ballard pertenece a la banda más literaria de la ciencia-ficción, junto con Brian Aldiss, Gene Wolfe o Roger Zelazny, y puede incluso defenderse que es el mejor escritor de todos los practicantes «duros» del género. Sus libros son, ante todo, literatura, soberbias creaciones verbales que son además comentarios ácidos (y brutalmente lúcidos) de la vida contemporánea.

James Graham Ballard nació en Shanghai en 1930 y comenzó a publicar relatos en 1956. Su originalidad consistió en abandonar los temas más fantásticos e improbables de la ciencia ficción clásica (alienígenas, viajes por el tiempo, imperios galácticos) para concentrarse en un futuro cercano y en unos paisajes urbanos y humanos claramente reconocibles. En 1962 comenzó a utilizar el término «espacio interior» para designar el lugar de sus obsesiones, por oposición al «espacio exterior» de las naves interplanetarias. También de ese año es su declaración de que «la Tierra es el único planeta realmente extraño» (alien: «ajeno», «extraño», «extranjero» y, por extensión, «extraterrestre»).

Metáforas apocalípticas. Las novelas de Ballard se centran, por lo general, en grandes metáforas apocalípticas, que él desarrolla, no en forma de narraciones llenas de aventuras, sino con el ritmo sinuoso y demorado de novelas de ambiente, en las que la descripción detallada y sensual es el recurso fundamental. En El mundo sumergido (1962) la metáfora es la de un desastre ecológico que inunda la mayor parte del mundo civilizado, con maravillosas descripciones del Londres sumergido. En La sequía (1964) el desastre ecológico es precisamente el opuesto. En Crash (1973), llevada al cine por David Cronenberg, la metáfora son los accidentes de coches y la atracción sexual y morbosa que estos producen en una galería de extraños personajes sadomasoquistas. En La isla de cemento, de nuevo el tráfico (la isla del título, en la que el protagonista queda atrapado, está situada entre dos autopistas) y en Rascacielos la fragmentación de la vida social en un gigantesco edificio. Ballard pertenece a esa escuela literaria para la que escribir quiere decir escribir sobre un lugar y evocarlo con todo lujo de detalles, ya sea una ciudad sumergida, una playa donde se amontonan multitudes, un lago que se seca, un país que se convierte en cristal.

En el centro de la carrera de Ballard, publicada en 1970 en forma de libro y constituida en realidad por una serie de «novelas condensadas», destaca la que quizá sea su obra maestra: La exhibición de atrocidades, un libro que todo amante de la literatura contemporánea debería leer y releer. En estos elípticos textos tenemos al Ballard más siniestro, al más terrorífico, al más original, al más deslumbrante.

La escuela de los detalles. El tema de La exhibición? es el mundo contemporáneo como exhibición de atrocidades, la violencia de la guerra (la guerra de Vietnam como referencia constante), la fascinación del cine, Kennedy y Marilyn Monroe, la pornografía, los paraísos artificiales de la publicidad, helicópteros sobrenadando paisajes posindustriales de ciudades desoladas, las drogas (y la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial «librada en los campos de batalla espinales»), simposios donde padres de familia se dedican a explicar cómo matarían a sus hijos, un programa terapéutico en el que los pacientes diseñan «la herida óptima», todo expuesto en un estilo de asombrosa originalidad, una sintaxis de piezas breves que forman algo así como yuxtaposiciones de imágenes cuya lógica no entendemos porque Ballard sólo nos da, por así decir, los movimientos de cámara, pero no su sentido.

Y es que estas «novelas condensadas» son una historia del horror contemporáneo pero también un experimento fascinante de literatura visual, y muchas veces las lacónicas frases parecen conjurar planos y secuencias cinematográficas más que lo que solemos entender como literatura. Y la declaración central: «el organismo humano es una exhibición de atrocidades». En realidad, la exhibición de atrocidades la llevamos cada uno consigo y todos somos nuestra propia exhibición de atrocidades.

Quizá El imperio del sol, una obra autobiográfica que se desarrolla en un campo de prisioneros japonés durante la Segunda Guerra Mundial y no pertenece al género de la ciencia ficción, sea su mejor novela. Como todo Ballard, el libro es intensamente visual y está lleno de imágenes inolvidables, captadas en la película de Spielberg con una fidelidad que no suele ser corriente en el cine.

En El imperio del sol Ballard se une al orgulloso linaje de la «escuela de los detalles» y narra de esta manera la llegada del niño a la casa en la que los soldados se han llevado a los padres: «Alguien había volcado los cepillos y los frascos de perfume del tocador, y el pulido parquet estaba cubierto de talco. En el polvo blanco había docenas de huellas de pies, los pies desnudos de su madre girando entre claras imágenes de unas pesadas botas como los dibujos de complicados pasos de baile en los manuales de tango y fox-trot de sus padres.» Nabokov no lo hubiera hecho mejor. No, no es extraño que Anthony Burgess admirara tanto este libro (y Graham Greene, y Angela Carter).

Ni moralista ni nostálgico. A pesar de su fascinación por las catástrofes y eso que ahora también se llama en español «distopías», Ballard no es en absoluto un moralista ni un nostálgico. Estamos acostumbrados a escuchar quejas lastimeras por lo horribles que son las cinturones industriales de las grandes ciudades, los centros comerciales o los nudos automovilísticos. Ballard es uno de esos pocos exquisitos que se paran a contemplar su belleza majestuosa. «Durante los últimos 35 años», escribía en The Observer en 1997, «he vivido en Shepperton, un suburbio no de Londres, sino del aeropuerto de Londres, una zona de intersecciones de autopistas, dobles carriles, museos de la ciencia, puertos fluviales y polígonos industriales vigilada continuamente por cámaras de seguridad de la policía, un paisaje que mucha gente asegura odiar, pero que yo considero el más avanzado y admirable de las Islas Británicas, y un paradigma de lo mejor que el futuro puede ofrecernos.» La imaginación, para Ballard, es aquello que entra por los ojos, y el futuro, lo que ya nos rodea por todas partes.

De como la música se asentó en Notting Hill

El campo de pruebas del radicalismo político y musical

The Clash, Damon Albarn y Nick Hornby son parte de la historia del barrio

XAVI SANCHO - Barcelona - 25/08/2008
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?Cacheados por la policía, que buscaba ladrillos. Más tarde, cacheados por los rastafaris, que buscaban billetes en nuestros bolsillos?. Así rememoraba Joe Strummer, de The Clash, su experiencia, junto a Paul Simonon, bajista de la banda, en el carnaval de 1976, cuyos altercados dejaron un balance de 66 detenidos y 100 policías heridos. De aquella experiencia surgiría el primer single de la banda, White riot. La relación del grupo punk con el evento abarcaría prácticamente toda su carrera, desde su ep Black market music, que cuenta con una imagen de esos mismos disturbios en su portada, hasta la posterior versión que grabarían del tema Police and thieves, original de Junior Murvin y banda sonora no oficial de las batallas campales de aquel año. Su música y la iconografía que la acompañó fueron el testimonio del desorden que vivió el evento el año en que el punk nació, del mismo modo que la novela de Colin McInnes Absolute beginners lo fue de los disturbios raciales de 1958.
Notting Hill, antes de Julia Roberts, All Saints, Damien Hirst o los gastropubs, fue el campo de pruebas y el campo de batalla de la radicalidad política y musical de la capital del Reino Unido. En él tenía su base de operaciones la Angry Brigade (Brigada Airada), una suerte de célula de activismo musical radical y banda terrorista izquierdísima que en 1971 organizó el primer carnaval libre y terminó el trabajo que tres años antes habían empezado los situacionistas británicos, quienes se sirvieron del carnaval de 1968 para romper oficialmente con sus padres franceses. En él, había escrito Orwell Homenaje a Catalunya; aquí se abrió Rough Trade, la tienda que inventó la música independiente, y en él, en el Music and Video Exhange de Pembridge Road, nació la novela de Nick Hornby Alta fidelidad. Un cuarto de siglo más tarde, tras la irrupción de Norman Jay y su revisión de las relaciones interraciales a través de los soundsystem, de Don Letts y su cruce entre punk y música caribeña, de los discos del mítico sello Trojan dedicados al sonido de la calle en Notting Hill el último fin de semana de agosto, de la universalización de las drogas de diseño y del acid house, llegaron los noventa y, con ellos, todo cambió. La violencia inherente al evento se extirpó de cualquier carga política y las representaciones culturales se pasaron por el filtro del turismo musical. A pesar de Hugh Grant y el girl power, el evento aún es celebrado hoy por gente como Damon Albarn, quien lleva más de dos décadas residiendo en el barrio, muy cerca de Paul Simonon, con quien formó el año pasado la banda The Good, the Bad and the Queen, la sublimación más orwelliana y oscura de lo que significa este carnaval. Política, baile y confrontación, la esencia de la historia musical del Reino Unido.

¿Qué hago con tantas obras?

Damien Hirst cotiza mucho pero no tiene quien le compre

PATRICIA TUBELLA (El País) - Londres - 26/08/2008
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Damien Hirst no es sólo el artista más cotizado del Reino Unido, y uno de los mayores a escala planetaria, sino también el más prolífico. Su desenfrenada capacidad de producción, sin embargo, no parece encajar en los últimos tiempos con el número de clientes dispuestos a rascarse los bolsillos para hacerse con una de esas obras, exponentes del arte conceptual en grado sumo. Dos centenares de piezas de Hirst permanecen sin perspectivas de venta en la galería londinense White Cube, que ejerce de marchante de su autor desde hace más de una década.

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La culpa de tal fiasco no puede atribuirse al contexto de crisis económica porque, incluso en estos tiempos que amenazan recesión, el mercado del arte se ha revelado como una inversión al alza. Quizá fuera más acertado apuntar a un cierto agotamiento de la figura de Hirst (43 años), omnipresente en el panorama artístico con unas obras que empiezan a perder su capacidad de provocación.
Negociante como pocos, Hirst ha decidido concentrarse en el mercado internacional, con la salida a subasta el próximo mes de 223 de sus trabajos en la casa Sotheby's. Acordó la operación directamente con la sala, saltándose a la torera la relación comercial que le une a la White Cube y denegándole con ello la habitual comisión del 40%. Ha puesto como excusa el "esnobismo" de muchas galerías frente a cierta clientela (léase magnates rusos o árabes), pero los observadores están convencidos de que, con ese paso, el artista busca una salida a su voluminosa producción.