07 noviembre 2008

Barceló y su cúpula


El artista mallorquín presentó ayer su proyecto para la cúpula de la sede de Naciones Unidas en Ginebra, junto al ministro de Exteriores. Aunque éste se negó a hacer público el precio final de la obra, podría haber costado unos 11 millones de euros
Publicado Viernes, 07-11-08 a las 10:06
Se lió a puñetazos con la arcilla para dar forma a la capilla de Sant Pere en la catedral de Palma de Mallorca. El milagro de los panes y los peces, según Barceló. Nos sorprendió «bailando» un «Pasodoble» en el Prado, donde nos desveló su personal lucha con la creación. Y ahora le vemos embutido en un traje mitad buzo, mitad astronauta, disparando con un peculiar bazooka chorros de pintura a la bóveda de la sede de la ONU en Ginebra, que ha quedado cubierta de estalactitas multicolores, cual cuevas del Drach en pleno corazón de Suiza. Hace tiempo que Miquel Barceló dejó de ser simplemente un pintor, un escultor, un dibujante. Es un performer, cuyos últimas aventuras artísticas parecen buscar el más difícil todavía. La última de ellas tiene como escenario Ginebra. Más concretamente, la sede de Naciones Unidas. Para conocer el origen del proyecto hay que remontarse a marzo de 2005, durante un viaje a la ciudad suiza de Sus Majestades los Reyes. Naciones Unidas pidió a España una contribución artística para el Palacio de las Naciones, que ya cuenta con unos murales de Josep Lluís Sert desde 1939. España aceptó el reto e invitó a cinco artistas a que hiciesen sus propuestas. El proyecto elegido fue el del mallorquín Miquel Barceló, que comenzó a ejecutarse el 9 de abril de 2007.
La envergadura del proyecto (pintar la cúpula de la Sala XX, de 1.400 metros cuadrados, con 35.000 kilos de pintura) hizo que Exteriores impulsara el año pasado la creación de la Fundación Onuart, en busca de capital privado. Fue constituida el 24 de abril de 2007. El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ostenta la presidencia. Como patronos figuran, junto a personalidades del mundo de la cultura como Miguel Zugaza, Manuel Borja-Villel, Yago Pico de Coaña y Juan Antonio Samaranch, trece empresas españolas con proyección internacional: Repsol, Telefónica, Agbar, La Caixa, Indra, Grupo Santander, Galería Art Gaspar, Hotetur Club, Caixa Cataluña, Mutua Madrileña, Caja España, Caixa Galicia y Cajasol.
40% público, 60% privado
Moratinos y Barceló comparecían ayer ante la prensa, en la sede del Ministerio de Exteriores, para presentar el proyecto, ya concluido y que inaugurarán el próximo día 18 los Reyes, acompañados por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien se ha implicado personalmente en este proyecto. Había mucho interés por conocer el presupuesto de esta mastodóntica obra, pero, a pesar de la insistencia de los periodistas, Moratinos no soltó prenda. Eludió la respuesta con frases como: «No voy a contestar sobre el coste porque el arte no tiene precio. Es de necios confundir valor y precio». Tan sólo aclaró que la financiación iba a ser en un principio 50% pública y 50% privada, pero finalmente ha sido 40% pública y 60% privada, «porque ha habido muchas empresas que han querido sumarse al proyecto». España, dice el ministro, está contribuyendo a la reforma del Palacio de Naciones, como los demás países. «La sociedad española -añade Moratinos- debe estar orgullosa de contribuir a un mundo mejor con una obra como ésta. Es una nueva manera de hacer diplomacia y política exterior».
El proyecto se ha retrasado unos meses, por lo que el precio final, ya engordado por la complejidad técnica, ha seguido creciendo. España ha tenido que hacer frente a costes adicionales por no cumplir el plazo fijado. En una cláusula adicional, el Gobierno se comprometió a que si el 18 de diciembre de 2007 la obra no estaba concluida, correría con los gastos derivados de celebrar en otros lugares las conferencias y reuniones que deberían tener lugar en la Sala XX, bautizada por Zapatero como Sala de los Derechos Humanos y de la Alianza de las Civilizaciones.
ABC ha podido saber de fuentes cercanas al proyecto que cada empresa de la Fundación Onuart ha desembolsado en torno a 500.000 euros. En principio se pidió más, nunca por escrito, y se podía pagar en dos plazos. De esas donaciones, las empresas se pueden desgravar un 35% del Impuesto de Sociedades, siempre que no supere el 10% de la base imponible. En total, las empresas aportan unos 6,5 millones de euros. Si esta cantidad supone el 60 por ciento del presupuesto final, quiere decir que el Estado ha aportado unos 4,5 millones y que el montante total del proyecto ronda los 11 millones de euros. ¿Pero no había que ajustarse el cinturón en tiempos de crisis? Si esta obra, como apunta Moratinos, es «la Capilla Sixtina del siglo XXI», la cosa ha salido hasta barata. A Barceló no parece hacerle mucha gracia que le comparen con Miguel Ángel: «Lo vivo un poco mal. Siento mucha devoción por Miguel Ángel y me abruma muchísimo».
Un fracaso tras otro
El propio Barceló reconoce que calibró mal en origen las dimensiones del proyecto: «Comencé en septiembre del año pasado y creí que estaría terminado en Navidad, incluso hice apuestas, pero ni siquiera había empezado. Fue un fracaso tras otro, porque era un proyecto mal calculado. Me llevó mucho tiempo asumir ese gran espacio, interiorizarlo, darle sentido. Hablar de problemas técnicos es una buena excusa para alargar los proyectos, pero los hubo. Naciones Unidas debió pensar que nos habíamos instalado allí para siempre».

Le gustan los retos y el proyecto fue subiendo en intensidad: «Las cosas que funcionan por primera vez tienen una fuerza especial y ésta la tiene». Ya había pensado muchas veces colgar sus cuadros bocabajo en el techo. Le atrae la fuerza de la gravedad («esta obra es un dripping hacia arriba; tiene mucho de azar, pero hay que saber utilizarlo»); también la multiplicidad de puntos de vista, que toma de «El libro de arena», de Borges, autor que admira y que está enterrado en Ginebra: «Es una buena metáfora del mundo; representa el mar, con sus corrientes de Sur a Norte, un mar agitado sobre las cabezas con grandes espacios de tranquilidad. Pero si te sitúas en el centro de la sala es como una cueva». No oculta su lado escénico, de performance: «Es una gran escenografía. He llevado la pintura a unos límites por explorar».

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