03 mayo 2009

Los documentales no tienen porque ser tristes y aburridos

Seamos serios, el documental también hace reír

Un libro y un ciclo ponen patas arriba la fama de aburrido y objetivo del género

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Borat lleva al límite la incorreción política y su naturaleza de falso documental. SARA BRITO
SARA BRITO - MADRID - 03/05/2009 08:00 (PUBLICO)

En las sobremesas españolas ha habido una disputa clásica entre dos espacios televisivos conocidos por inducir sueños profundos y, en principio, placenteros: ¿Será mejor el dramón de Antena 3 o el documental de La 2? El debate sirve para dejar claro que para una buena parte de la población, el documental es uno de los formatos con propiedades más somníferas del espectro audiovisual.

A lo largo de su historia, este género cinematográfico, relacionado tradicionalmente con la objetividad y la sobriedad, ha vivido un divorcio con los espectadores, que lo han condenado a una posición marginal, lejos de toda capacidad de entretener (mandato número uno de la industria del cine). Pero tal apreciación ignora la cada vez más persistente contaminación que el humor ejerce en la evolución del formato. Ahí están el falso documental, y una buena porción de los documentales llamados subjetivos para corroborarlo.

Cultivar la sospecha

A partir de los ochenta, el falso documental empieza a tomar posiciones dentro de la producción del género, aunque hubiera ya casos ilustres como F for fake, de Orson Welles, o David Holzmans Diary, de Jim McBride. "Lo que ocurre es que desde los ochenta el documental se empieza a desdibujar, a ponerse en sospecha", explica Elena Oroz, quien, junto a Gonzalo de Pedro, ha coordinado el libro La risa oblicua (Ocho y medio) y el ciclo homónimo en el marco del Festival Documenta Madrid, en marcha hasta el 10 de mayo.

En la misma década, emerge la corriente del documental subjetivo, que han desarrollado directores estadounidenses como Alain Berliner, Ross McElwee o el más conocido Michael Moore. Para Oroz, "el humor requiere un punto de vista. Hasta que el documental no asume su posibilidad de ser subjetivo, no entra en juego la ironía y la capacidad para incitar la risa". Los discursos totalizadores habían empezado a quebrarse: la posmodernidad estaba dispuesta a no dejar títere con cabeza. Y, como se sabe, la duda, el choque entre contrarios, la capacidad para hacer tambalear los absolutos, es una materia de la que se alimenta el humor.

Sin corsés

Oroz y de Pedro, acompañados de un buen puñado de colaboradores, abren el campo de visión para no caer en la tentación de encorsetar algo tan resbaladizo como el documental humorístico y el humor mismo. Así que en el recorrido de La risa oblicua entran desde los más conocidos Morgan Spurlock y Michael Moore, al falso documental y encarnación de la irreverencia, Borat, o la ironía sobre sus propias contradicciones de Ross McElwee.

Como insisten los autores, risa no significa el abandono de la denuncia o de la búsqueda. Para ello, es paradigmático el corto documental La isla de las flores, del brasileño Jorge Furtado, cuyo impulso humorístico no le resta crítica.

"Reclamamos el humor como forma de conocimiento, su capacidad para relacionar, para señalar", admite Elena Oroz. Su capacidad para hacernos, no dormir, sino despertar.

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