06 abril 2008

Ian curtis, ese personaje inquietante


Ian Curtis según su viuda


RAMÓN FERNÁNDEZ ESCOBAR (El País) 06/04/2008





El cantante de Joy Division quebró con su suicidio en 1980 la breve pero influyente trayectoria de la banda británica. Una antología del grupo y un libro escrito por su mujer renuevan su aureola. Ella, Deborah Curtis, nos desentraña al personaje.

Sería difícil encontrar un lugar más oscuro en la música que Joy Division. Su nombre, sus letras y su cantante fueron una nube negra tan grande como cualquiera del cielo”. Bono, el vocalista e ideólogo de U2, definía así la banda de Manchester (1976-1980) al reconocerla como influencia clave. Parecido efecto tuvo en The Cure y otros contemporáneos, en cualquier hornada posterior de músicos desolados y, cómo no, en los actuales revivalistas (Interpol, Editors…) del post-punk de finales de los setenta.


El influjo de sus dos discos, Unknown pleasures y Closer, “áspera y turbadora mezcla de elementos viscerales y etéreos” (según The New York Times), sólo compite con la dimensión de icono y mito de su letrista y cantante suicida, Ian Curtis. La leyenda vuelve a agitarse en estos días gracias a un disco recopilatorio, The best of Joy Division (Warner), y la publicación en castellano de Touching from a distance: la vida de Ian Curtis y Joy Division (Metropolitan Ediciones), texto inspirador del filme de Anton Corbijn Control (2007), que ya pudo verse en el pasado festival de cine de San Sebastián.

Y nadie mejor que la autora del libro, Deborah Curtis (Liverpool, 1956), viuda de Ian, para desentrañar el misterio de su marido, el hombre que, con su grupo acariciando la fama, se quitó la vida a los 23 años. “Publiqué Touching from a distance en 1995 y me ayudó a cerrar heridas, pero sólo recientemente he empezado a comprender. Y en eso la edad y la experiencia han sido fundamentales”, confiesa Deborah desde su domicilio británico. Pese a su timidez, disecciona las paradojas de Ian Curtis: el músico, por ejemplo, siempre mostró curiosidad por vidas poco convencionales, mientras que en la suya contraía matrimonio aún adolescente y cultivaba la fe en el Partido Conservador. “Quién sabe si sus ideas habrían luego cambiado, aunque sinceramente pensaba que, tras la terrible recesión vivida durante los años de gobierno laborista, los políticos conservadores contribuirían a un mejor futuro. Y en lo personal Ian lo quería todo, como la mayoría de los hombres: le atraía lo extraordinario y a la vez buscaba la seguridad de un hogar feliz”.

La relación de la pareja no resultó fácil. Ian aparece en el libro como celoso y posesivo, además de inmerso en un romance con una joven belga: “Ahora pienso que los celos provenían de su inseguridad y su carácter vulnerable. Antes de que todo se fuera al garete, yo sentía que éramos un equipo invencible. Luego su enfermedad y nuestra incapacidad para lidiar con ella se interpusieron entre nosotros”.

Al margen del debate sentimental de Ian (le había pedido a Deborah desistir de su demanda de divorcio la misma noche del suicidio), fueron la epilepsia y la depresión las que impulsaron el desenlace. “Creo que la depresión no se le trató como podía haberse hecho ahora. Y en la epilepsia se dio una coincidencia macabra: antes de padecer síntomas y por su trabajo en los Servicios Sociales, Ian ya era un experto en la enfermedad. Debió de sentirse aterrado al descubrir después que aquello también le pasaba a él”. No fue la única premonición: su convulsa forma de bailar en el escenario, similar a los ataques epilépticos, se remontaba a años atrás. “Siempre quiso un estilo diferenciado, pero también creo que desprendía violencia, reflejo de cómo se sentía”.

En directo con Joy Division, Ian padeció varios ataques (el público a menudo creía que formaban parte del show), y el ritmo de actuaciones, consentido por él, no favorecía su salud. Justo en vísperas de la primera gira estadounidense, decidió ahorcarse con la cuerda de la ropa. Nada extraño, teniendo en cuenta la sobredosis que meses antes había sufrido con un medicamento (de chaval había protagonizado otra, fruto de sus experimentos con las drogas) y lo que parecía desprenderse de las canciones de Closer, el álbum póstumo. Eso sin contar su etapa adolescente, en la que idealizaba morir joven. “Me cuesta mucho creer que al final mantuviera esas ideas románticas: estaba sufriendo de verdad”, rebate Deborah.

Ian parecía obsesionado con el dolor durante la composición de Closer. Entre sus lecturas figuraba la morbosa Crash, de J. G. Ballard. Y los otros miembros de Joy Division admiten no haber captado las señales de alarma. Deborah al menos goza de coartada: nunca pudo escuchar las cintas. De hecho, después del primer álbum fue apartada de las actividades del grupo. “Cierto ayudante me llegó a soltar: ‘¡cómo vamos a tener a la mujer embarazada de seis meses de una estrella del rock delante del escenario!’. Y ahora, cuando veo a músicos presumiendo de hijos me entristece que Ian no esté aquí para hacerlo”.

La única hija de la pareja, Natalie, es fotógrafa. “Empezó a disparar con sólo cuatro años. En uno de sus primeros recuerdos se ve sentada en el suelo de casa mirando unas instantáneas que Kevin Cummins le había hecho a Joy Division”. Cummins y el holandés Anton Corbijn son los responsables de las imágenes en blanco y negro que fijaron el estatus del grupo, y especialmente de Ian Curtis, como iconos. Y Corbijn se ha pasado al cine para dirigir Control, coproducida por la propia Deborah: “Ian estaría contento si la viera”.

El cantante vivió fanáticamente todo lo visual (en otro guiño tétrico, se había volcado con la portada funeraria de Closer). Sus relaciones con sus compañeros, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris, posteriores triunfadores como New Order, fueron buenas: “Como una familia. Ian además les tenía musicalmente un tremendo respeto”.

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